La de la austríaca Lise Meitner (1878-1968) es una historia de desprecios y penalidades por una doble condición, la de ser mujer y judía. «Madre» de la fisión nuclear (la ruptura de un átomo pesado en otros menos pesados y más estables) y recibida en EE.UU. como una celebridad después de la Segunda Guerra Mundial, hoy en día apenas se la conoce.
No compartió el Nobel de Química con su compañero de laboratorio Otto Hahn por razones difíciles de entender. Y encima Hahn ni siquiera la mencionó cuando recogió el premio en 1947 a pesar de sus 30 años de colaboración. Esa fue posiblemente la cúspide de los muchos desaires que Meitner tuvo que pasar durante su carrera científica. Por ejemplo, en su primer trabajo en Berlín, en el Instituto Kaiser Wilhelm en 1907, fue obligada a trabajar en un antiguo taller de carpintería instalado en el sótano, ya que el laboratorio no permitía mujeres. Sin sueldo, su trabajo era financiado por su padre, por lo que vivía en una habitación de una residencia femenina sin cuarto de baño. Otro dato más para conocer la fuerte personalidad de Meitner: fue la única científica que no quiso colaborar en el proyecto Manhattan porque no quería tener nada que ver con una bomba.
Al menos, Meitner sí recibió otros reconocimientos importantes, como la medalla Max Planck en 1949, y un elemento de la tabla periódica lleva su nombre en su honor: el meitnerio.
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